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Lavamos nuestras conciencias apagando las luces

En "La hora del planeta 2011" hice mención al interés que presenta este evento desde la perspectiva "comunicativa", y ahora me gustaría dejar un artículo que me ha parecido especialmente interesante para la reflexión. Personalmente no considero que lo expuesto en esas líneas sea incompatible con la campaña, pero desde mi perspectiva ese acto de reflexión es necesario para convertir una potente acción comunicativa en un proceso de "enseñanza-aprendizaje" completo.

Artículo publicado en ELMUNDO.es, escrito por Antonio Ruiz de Elvira.

Vivimos en la era de los Guinness. Cosas que no tienen la menor importancia se publicitan como cuestiones básicas. Nos enteramos de quien es el más rico del mundo y no queremos saber que entre los más ricos están los capos de la droga y de la venta de armas. Nos enteramos de que Pepita Ruiz compra en los almacenes Perico de su pueblo, como si eso nos pudiese interesar.

De la misma manera lavamos nuestras conciencias montando en bicicleta o apagando las luces unos minutos al año.

Hemos substituido la romería, la procesión, el rezo a las cien mil vírgenes, el poner una vela a Dios y otra al diablo, por apagar las luces un sábado y coger un AVE un domingo desde Madrid a Valencia para comer allí y volvernos a Madrid a cenar.

Nos lavamos la conciencia asistiendo a la mani de la Puerta de Alcalá, y luego nos vamos a gastar energía y a emitir CO2.

Vamos a ver: Queremos vivir muy bien (además olvidando que hay quien vive muy mal) pero olvidamos que en este mundo no hay comida gratis, y que vivir bien implica gastar mucha energía. Nos hemos acostumbrado a que la energía casi no cueste, y no queremos pensar en lo que hacemos cuando quemamos carbono para conseguir energía.

Queremos no solo vivir bien, sino vivir bien sin aceptar las consecuencias de ello. Somos como quienes quieren coger una rosa sin pensar que para ello han destrozado el rosal. La educación en España se ha centrado, desde hace años, en los derechos de las personas, y se han dejado de lado las obligaciones, las responsabilidades.

La situación en la que se encuentra el planeta y la civilización no es halagüeña, a pesar de todos los cantos de sirena. Pero esa situación no se resuelve con un día de expiación. En las culturas tribales era costumbre desplazarse al centro litúrgico llevando una paloma o un cordero y sacrificarlo allí, con lo cual se limpiaban los pecados. La cosa era muy fácil, y no exigía casi esfuerzo. Uno podía ensuciarse todo lo que quisiera, que luego se lavaba y se olvidaba la suciedad.

En el planeta tenemos problemas, y aunque queremos esconder la cabeza y mirar para otro lado, los problemas aparecen una y otra vez. Los dos problemas más acuciantes son el cambio climático y la creciente escasez de energía fósil. El primero está produciendo ya escasez de agua en varias regiones del planeta, en particular en el Oriente Medio y en el Sahel, escasez que está provocando tensiones de guerra y presión intensa para la emigración.

La disminución en la capacidad de suministro de energía del carbono fósil, compuesta con la presión para el aumento de su uso por las clases medias de los países emergentes, cuyos miembros se cuentan por centenares de millones, está creando ya problemas serios, cuyo mejor ejemplo es el ataque a Libia por las potencias occidentales, un ataque justificado, pero ataque al fin y al cabo. El petróleo no puede quedar sometido al capricho de facciones en guerra, es el argumento final y subyacente de ese ataque.

Si a esto le añadimos la realidad (no por ocultada con cuidado es menos realidad) de que la nuclear no es una solución para el problema de la energía, puesto que los reactores fallan y provocan catástrofes atómicas y, adicionalmente, no es posible instalar muchos de ellos, vemos que aunque las del presente sean grises, las del horizonte son negras nubes de tormenta.

Nos tenemos que dejar de sacrificios anuales en el altar de los nuevos dioses, de poner velitas a las nuevas vírgenes, y empezar a ser humanos de verdad. Es decir, a atarnos los machos y coger al toro por los cuernos.

Se ha acabado el tiempo del juego. Ayer anunciábamos a los alumnos de nuestras asignaturas que la etapa de desarrollo personal, de creación de habilidades y capacidades había acabado. Que sus carreras están pagadas no por ellos mismos o por sus padres, sino por todos los españoles y que tienen que dedicarse a aprobarlas en su propio plazo, dejando de una vez suspensos y repeticiones. En los países serios quienes no aprueban tienen que pagar a la sociedad el coste de su año universitario, además de quedar fuera de sus carreras.

De la misma manera se ha acabado el tiempo de los 'días de'. Hay que trabajar 365 días al año por los que uno cree, hay que dejarse de subvenciones (por ejemplo, que el estado pague el seguro de accidente nuclear), de seguridad en el trabajo aun cuando la productividad individual sea ínfima, y hay que volver a aceptar que uno solo cobra si produce, que uno solo aprueba si estudia, que uno solo come si trabaja duro.

Hemos vuelto a la realidad.

Antonio Ruiz de Elvira es catedrático de Física Aplicada de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid).

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